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Conferencia dictada por el Dr. Carlos Alberto Byrle en el Capítulo Argentino de la Cumbre Mundial del Parlamento Cívico de la Humanidad, Auditorio de la Cámara de Diputados de la Nación, Noviembre 2009.

LA EDUCACION AUSENTE
El camino cierto a la “pseudo democracia”
y vía de ingreso a la “democracia dictatorial”

Hubo una época en que estuvimos considerados entre los países destinados a estar entre las primeras potencias de nuestro planeta. Pasaron los años y en tiempos no muy lejanos nos alentaba la idea de integrarnos al primer mundo. Después…, creímos encontrarnos entre los países en desarrollo. Hoy somos concientes no solo del estancamiento general, peor aún, de un grave estado de involución que afecta, mucho más allá de lo económico, al campo social, donde enfrentamos una peligrosa caída en la calidad de vida.

Cuando en este contexto del país nos planteamos los efectos y consecuencias de una “globalización” que avanza firme -a pesar de las presentes circunstancias internacionales desfavorables- surge la imperiosa necesidad de examinar cómo llegamos a la situación actual, pues ésta maximiza las derivaciones negativas que de aquélla puedan resultar. Revertir tal situación se torna imperioso. Ello requiere de un trabajo de introspección social que no puede demorarse.

Por ello, voy a permitirme  hacer algunas reflexiones:

Poder convivir en paz y armonía con el resto del mundo, ser acreedores del respeto de las organizaciones internacionales y suficientemente valorados para ocupar el espacio que debiéramos lograr, requiere de profundos cambios en nuestra sociedad. Estos deben surgir del análisis serio y metódico, despojado de ideologías fundamentalistas y de planteos -en muchas ocasiones a todas luces hipócritas-  que  deforman la realidad y atentan contra el futuro.

Si intentáramos en el marco de la organización política que elegimos para vivir,  democrático y republicano, explicar qué nos ha pasado a lo largo de los años, podrían surgir muchos interrogantes y planteos. Pero es indudable que los serios problemas que padecemos están vinculados con el ejercicio mismo  de la democracia. Y no alcanza con pretender justificarlos  por el simple hecho de ser un país joven con períodos donde los derechos a tal ejercicio democrático se vieron conculcados. Debemos profundizar en el origen de nuestras carencias, pues ellas nos impiden el acceso a los verdaderos procesos democráticos.

Es que la democracia, considerada como el logro máximo al que puede aspirar una nación en su desarrollo político, plantea requisitos básicos indiscutibles, sin los cuales, sólo es la expresión de deseos de muchos, la gran decepción de tantos y la fuente de recursos personales de unos pocos.

Y cuando hablamos de requisitos básicos indiscutibles, uno de ellos es condición necesaria -aunque no suficiente- y determinante para hacer posible un real ejercicio de la democracia. Es el que debe considerarse esencial patrimonio de cada integrante de la sociedad: la “libertad intelectual”; aquella que ejerce el “ser racional autónomo”, dueño de si mismo. Libertad intelectual que le permite decidir sobre lo que quiere o no hacer. Derecho propio que le da capacidad de actuar conforme con la razón, pero concomitantemente le genera la obligación de responder por sus actos; es decir le hace nacer la responsabilidad por las acciones realizadas,

Porque la libertad, en un sentido estricto, es la real determinación de asumir nuestro ser y nuestra naturaleza rectamente y, en consecuencia, obrar con prudencia y con respeto a las libertades de los otros. Así lo concibe la Declaración Universal de los Derechos Humanos -que vio la luz en 1948 en París, en la Asamblea General de las Naciones Unidas- cuando refiriéndose a la libertad dice: “en ella debe encontrar equilibrio el orden social”, y más adelante expresa: “en su uso, el hombre debe tener en cuenta los derechos ajenos”.

En este libre arbitrio, es decir, en el uso de esta facultad de adoptar una resolución en preferencia de otra, la persona humana no debe olvidar que esa capacidad de actuar debe estar estrechamente vinculada con el respeto a los valores universales, aquellos que nos distinguen como seres humanos.

Porque necesariamente, esa libertad intelectual, que debe ser conquistada por el hombre a lo largo de su formación, lo obliga a distinguir “lo que quiere y le conviene, de lo que debe y corresponde hacer”. Es decir, no le permite soslayar que tal libertad intelectual está forzosamente imbricada con la “conducta ética” a la que debe ajustarse en sus acciones.

En este contexto no puedo dejar de expresar la preocupación que la situación del país nos genera. Considero una obligación de quienes detentamos ciertas posiciones hablar con la claridad necesaria. Por ello y haciendo uso de mi libertad intelectual, entiendo como un deber buscar respuestas a tantos desaciertos que, a lo largo de nuestra historia, se van sumando, prácticamente sin solución de  continuidad,  y nos mantienen  sumergidos en forma inexplicable para algunos, pero con intención palmaria para quienes hacemos una lectura más amplia  y profunda de los hechos.

Así vemos como pasan los tiempos y los enormes recursos de nuestro país siguen sin transformarse en riqueza para sus ciudadanos; pero, en muchos casos, son expoliados para beneficio de algunos.

Mientras otros países emergentes se consolidan y avanzan, nosotros hemos despreciado las mejores condiciones internacionales que nos hubieran garantizado un desarrollo sostenido real y un posicionamiento destacado en el concierto mundial.  Es más, el crecimiento económico que hemos experimentado en los últimos años  ha sido fundamentalmente consecuencia de la tracción que ha generado el cambio del eje económico mundial, que ahora pasa por los países de Asia Pacífico. Este ha hecho crecer a todos los países emergentes,  nos arrastró a nosotros y nos sacó de la crisis 2001/2002. Luego siguió la historia que todos conocemos.

Sin pretender incursionar en la ciencia filosófica ni en la filosofía de las ciencias, se impone tener presente un dato preocupante de la realidad: cuando las letras de Discépolo y los monólogos del recordado Tato mantienen su vigencia después de tantos años y de tantos gobiernos, la conclusión es simple: realmente algo no anda bien.

En el exterior nos miran con extrañeza. Provocamos  desorientación con nuestras irracionalidades. Y, en medio de la tormenta, nuestro país sigue sin encontrar un destino cierto.

¿Donde debemos buscar el origen a tanta angustia, tanta desazón, a la disconformidad extendida y al profuso no entendimiento?

El problema es la EDUCACION AUSENTE; la falta de formación integral de gran parte de los habitantes de nuestro país, tanto en la dimensión humana como en su calidad de verdaderos ciudadanos. Es la carencia de valores para actuar como tales; es la ausencia total de respeto por los derechos de los otros. Es la privación “infligida” de la capacidad de distinguir.

Es que educar no es sólo informar, comunicar, transferir conocimientos o dar normas sociales de comportamiento. Educar no es simplemente instruir, es mucho más: educar es formar ética y moralmente a la persona, es inculcar valores para una vida digna; es desarrollar facultades para discernir entre el bien y el mal; es generar el impulso para la evolución como ser humano. Es enseñar a pensar, a evaluar, a diferenciar. Es enseñar a aprender durante toda la vida. Es enseñar a reconocer errores y a corregirlos. Es forjar capacidades para buscar y encontrar caminos que nos lleven al logro de nuestras metas. Es aprovechar y desarrollar el enorme potencial que, como seres humanos, tenemos al nacer.

Es que el rol fundamental de la educación es despertar en el hombre el ansia de individuación y de la necesidad de crecimiento intelectual; es el que hace a la toma real de conciencia del valor de sus propios actos, sin la cual, la libertad es sólo una quimera, un disfraz con el que se envuelve al hombre-masa; quien, por tal condición, confunde durar con vivir y se transforma en sujeto de quienes viven de él y gracias a que permanezca en esa condición.

Y este “hombre-masa” no es sólo el que describía Ortega y Gasset cuando hablaba de la mediocridad provocada por una instrucción despojada de verdadera formación. En nuestro caso se agregan aquellos que son consecuencia de la marginalidad, de la exclusión social, de la ignorancia en la que están inmersos como consecuencia del régimen “clientelar” que se ha impuesto; burdo esbozo de lo que debe entenderse por democracia. Este hombre-masa es aquel a quien se  transforma “mágicamente” -respondiendo a concretos intereses- en ciudadano, sólo durante el corto lapso de una elección de autoridades y posteriormente se lo vuelve de inmediato al estado de simple habitante.

Y he aquí el nudo que da origen a muchos de los problemas de sociedades como la nuestra que, pretendiendo vivir en democracia, no logran obtener de ello los beneficios ciertos que de la misma debieran derivar.

No hace falta un estudio demasiado profundo para encontrar los verdaderos motivos causantes de la decepción.

Porque una verdadera democracia puede darse únicamente cuando los derechos, que los habitantes tienen como ciudadanos pueden ser ejercidos a partir del sano juicio de la razón; es decir, cuando emergen de seres intelectualmente libres y concientes de sus responsabilidades. Caso contrario, las democracias que se instalan pasan a ser nada más que “pseudo-democracias”, las que rápidamente tornan en “democracias dictatoriales”, o en el mejor de los casos en “democracias condicionadas”, cuyos efectos en la práctica desnaturalizan y pervierten el sistema

Contra la democracia bien entendida atenta no sólo la ignorancia de los ciudadanos que no han podido integrarse al sistema educativo sino, más aún, el propio sistema educativo que, en nuestro país como en tantos otros, ha ingresado desde hace muchos años en una pendiente negativa alarmante, cuyos pobrísimos resultados, en cuanto a la calidad del egresado, eran impensables en otras épocas, situación a la que se agrega un elevado porcentaje de deserción, fiel reflejo de lo que sucede en el medio social producto del desconcierto, la desorientación, la anarquía. Consecuencia de la pérdida de  valores humanos.

Esta ausencia de valores que observamos en las acciones de tantos miembros de nuestra sociedad, expresada en la violencia, el alcoholismo, la drogadicción, la delincuencia, el abandono de la niñez y tantas otras lacras sociales, es corolario  indiscutible del tremendo déficit que sufrimos en la formación de la persona humana. Déficit que se ha traducido en la deformación del intelecto del hombre como ser social.

Tal estado de situación, al que debe imputársele la paternidad indiscutible de la mayoría de los problemas sociales que padecemos, reconoce causales y responsables que, a lo largo del tiempo, dejaron de lado su inexcusable deber de inculcar o de hacer inculcar en cada individuo desde la niñez aquello que nos  diferencia y distingue: los valores éticos y morales que deben guiar nuestras acciones.

La temible inseguridad que sufrimos, la miseria en la que muchos se encuentran sumergidos, la incomprensible pobreza de tantos, las muertes por desnutrición, la alta mortalidad infantil, el enigmático problema de una justicia que no es tal,  la corrupción y tantas otros escenarios que nos aquejan es, fundamentalmente, la secuela de los enormes errores cometidos a lo largo de los tiempos en el sistema educativo de nuestro país, e indudablemente de acciones derivadas de nefastas intenciones.

Y decimos “fundamentalmente” porque las graves falencias de tal sistema educativo atraviesan transversalmente a todos los problemas que enfrentamos; son su origen cierto. Los valores no aprehendidos evidencian de tal forma su falta, que el entramado social se resquebraja quedando con profundas heridas, cuyas cicatrices marcan un futuro preocupante para todos.

Este lamentable “laisser faire, laisser passer” al que nos fuimos acostumbrando y cuyas trágicas secuelas están a la vista, nos obliga  a tomar participación activa en el proceso y a  tratar de rescatar lo perdido.

Es que se ha dado lugar a una combinación peligrosa entre esa “ignorancia masificada” y ciertos pretendidos intelectuales de inconsistente verba. Esta situación debe ser especialmente atendida con responsabilidad y diligencia; las instituciones educativas y las autoridades específicas no pueden permanecer ajenas a ella. Debe lograrse la verdadera superación de tales factores adversos, pues se constituyen en verdadero agravio a la democracia y a nuestros derechos de vivir en paz y armonía.

Porque la democracia requiere un estado de derecho regido por leyes que reconozcan su origen en una concepción correcta de la naturaleza humana. Sin ésta, que actúe como guía de la democracia, se manipula a la sociedad sobre la base del poder.

Por ello la educación debe ser el tema del momento; sin ella la equidad es sólo una declamación y la democracia real nada más que una entelequia.

Es que la educación es la base insustituible del desarrollo humano; es aquello que nos despierta y nos permite entender y darle sentido al concepto esencial de ser definitivamente hombres y mujeres libres. Libres para pensar. Libres para actuar dentro del marco social de convivencia. Libres para elegir sin condicionamientos que nos perturben  o limiten.

Sin educación no existe posibilidad cierta de una sociedad justa. Una sociedad sin educación está condenada a vivir en la anomia, aun cuando cuente con el mejor plexo legal. Y se hunde en la anarquía, pues sus miembros desconocen el significado y el valor de las leyes, ignoran el límite de sus derechos y arrasan con el de los otros.

Una sociedad sin educación termina siendo sojuzgada por unos pocos, en detrimento de la calidad de vida del conjunto.

¿Cómo se ejercen y protegen cabalmente los derechos que nos asisten como personas y como ciudadanos cuando no se conoce sobre ellos y, más aun, cuando no se sabe sobre las obligaciones que nacen de tales derechos, aquellas que estamos obligados a  asumir por cuanto son inherentes a los mismos?

Sin educación no existe posibilidad de vida digna pues no se comprende el significado de la palabra dignidad.

Sin educación es imposible lograr el “estado de salud” -del que debe gozar todo ser humano-  pues el mismo hace a un completo bienestar físico, mental y social  y no sólo a la ausencia de enfermedad. ¿Cuáles serían los criterios a aplicar y a defender respecto del propio bienestar mental y social que puede esgrimir una persona  que carece  del sustento intelectual que provee  la educación?.

La equidad, que consiste en tratar con imparcialidad a las personas dando a cada una según sus méritos, sólo puede ser una realidad que escape a la tradicional retórica si contamos con la educación cierta de los miembros de esa sociedad,  pues los méritos sólo pueden ser valorados en un contexto donde prime la educación y se dé real  importancia a la conciencia y al sentimiento del deber.

Una sociedad sin educación se detiene en el tiempo, involuciona y se deshumaniza; sus miembros se convierten en entes, pierden el sentido del qué y del por qué.

Nuestra desarticulada y lacerada sociedad clama por cambios que únicamente pueden nacer de una extraordinaria modificación actitudinal basada en los valores éticos y morales. Esta sólo podrá alcanzarse en una Argentina que haga de la educación un claro y rotundo objetivo.

Porque es indudable que el verdadero crecimiento y desarrollo de un país está firmemente asociado a la calidad de vida de sus habitantes, a la salud, al bienestar y a la prosperidad de que éstos gocen, se requiere de ciudadanos dignos en quienes los valores humanos hayan ocupado un lugar preponderante en su formación. Formación más que esencial en quienes detentan posiciones de poder, pero también  más que primordial en quienes los eligen.

Consecuentemente, el sistema educativo debe constituirse en un instrumento cardinal en la recuperación de la sociedad; es decir, en el logro de cambios generadores de instancias superadoras. Porque todos, directivos, docentes, alumnos y egresados deben “ser hacedores” de una sociedad mejor, fin último de todo proceso educativo.

Una sociedad que permita a quienes la integran una real inserción en su seno. Una sociedad que de lugar al desarrollo potencial de todos y de cada uno; que estimule el respeto e incentive el crecimiento y la valoración de las características meritorias de sus miembros.

La educación de los pueblos es el factor común indispensable para emprender la solución de sus problemas. Está en todos nosotros corregir el rumbo.

Dr. Carlos Alberto Byrle
Rector de La Suisse-CEPEC Educación Superior
Vicepresidente de CADIES
Secretario de Asuntos Institucionales de FEDUTEC