El factor Educación y la actual problemática social

Conferencia dictada por el Dr. Carlos Alberto Byrle en la Jornada sobre “Problemáticas sociales actuales: La inseguridad”, organizada por el Parlamento Cívico de la Humanidad el 22 de septiembre de 2010 en la Universidad Kennedy.

El factor educación y la actual problemática social
Consecuencias de la educación ausente
LAS  GENERACIONES Y y Z

Estamos viviendo una etapa de altísimo nivel de convulsión social donde la acentuada pérdida de valores humanos se hace tan evidente  que  podemos entrever un futuro sumamente comprometido.

Rutinariamente presenciamos las peligrosas acciones de distintos individuos y diversos grupos que atentan contra el orden, la paz social, el crecimiento del país; en definitiva contra el estado de derecho.

Simultáneamente, vemos los efectos negativos del complicado perfil actitudinal que presentan numerosos jóvenes adolescentes. Sus conductas, socialmente poco constructivas, son el corolario de la concurrencia de una serie de nocivos factores sociales; sus arquetipos les son absolutamente propios; apartados de los modelos que, en cierta forma, garantizaban, con sus más y sus menos, el discurrir social al que estamos amoldados.

Frente  a  este  intrincado  panorama,  permanecemos, misteriosamente,  con  la  misma  silenciosa  inquietud  e inexcusable inercia de quienes contemplan un escenario que no los abarca, tal si fuésemos simples espectadores.

Ante el pertinaz incremento de la acuciante problemática social que nos aqueja, sólo optamos por soportar exánimes las graves consecuencias de una situación que se agudiza día a día, sin tomar suficiente conciencia de los riesgos que entrañan estos hechos; sometiéndonos a un perverso proceso de adaptación que nos va “cocinando a fuego lento” y que, inexorablemente, terminará con nuestra existencia como sociedad civilizada.

Si a pesar de ello, no asumimos la obligación de una adecuada y rotunda respuesta, estaremos definitivamente haciendo naufragar todas las posibilidades de una vida digna para nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos. Si dejamos que este anómalo estado de deterioro social siga avanzando, estaremos procediendo con máxima necedad.

Es necesario pensar que hay que salir del letargo, realizar un sincero análisis del camino recorrido, ingresar al proscenio, mirar de cerca, tratar de explorar las causas e imponerse la obligación de corregir errores y desatinos; desafiar el presente para construir futuro.

Desde hace años vemos en nuestro país, y en tantos otros, como se eslabonan complejos cambios políticos y económicos. Éstos resultan ser innegables responsables de importantes mutaciones en los campos social y cultural. En ambos se observan las secuelas de los “emblemáticos paradigmas” de cada momento histórico que, impuestos de una u otra forma por los diferentes gobiernos de turno -independientemente de su signo político- orientaron el pensar y el hacer, tanto de aquellos que mandan como de los que obedecen. Sus efectos se potenciaron o confrontaron con los cambios sociales y culturales inducidos como resultado de las distintas corrientes del pensamiento. Los consiguientes desequilibrios provocados, dieron lugar a graves alteraciones en las conductas de muchos de los miembros de la sociedad. Las consecuencias se verifican hoy en la comunidad toda y, sin duda, afectarán seriamente el mañana.

En Argentina estos cambios fueron la respuesta a los vaivenes de nuestro difícil pasado y el producto de una oscura serie de factores que dieron lugar a las sucesivas crisis del país; a éstas se anexaron las repercusiones de las crisis externas, las que influyeron en mayor o menor grado de acuerdo al momento histórico-político que estuviésemos cruzando.

Es así como, luego de un enmarañado transitar, el presente viene exhibiendo un  nivel de agitación social preocupante: piquetes de distintas agrupaciones cortan calles, caminos, autopistas; se bloquean puentes, fábricas; se suceden tomas de escuelas, huelgas docentes, de transporte. Nos acosan las movilizaciones, el vandalismo, la destrucción del patrimonio público y privado. Irresponsablemente se paralizan aeropuertos dejando como rehenes a los frustrados viajeros. Debemos agregarle a este penoso cuadro, el descontrol, la violencia, el narcotráfico y la consecuente feroz inseguridad con la que nos encontramos en cualquier parte y a cualquier hora. Las situaciones de conflicto nos acompañan prácticamente sin solución de continuidad, todos los días, ante la actitud contemplativa y displicente de las autoridades correspondientes. Nos encontramos ante un “vale todo” sin que se visualice límite.

A  este  desteñido  horizonte  se  agregan  importantes conglomerados  humanos  en  condición  marginal  y  de empobrecidos sin más techo que el cielo. Se empeora con un fuerte crecimiento del consumo de drogas y alcohol, aún en la pre-adolescencia. Se suma  el serio problema -cada vez más común- que plantea la maternidad a muy temprana edad; habitualmente carente del importante compromiso que debe conllevar la crianza del bebé, lo cual frecuentemente deriva en estados de grave malnutrición y termina dando lugar a legiones de niños con insuficiente desarrollo cerebral no recuperable. Estos numerosos niños, en condiciones familiares y sociales de cuasi abandono, se convierten en terreno fértil de los narcos, de la prostitución infantil y de la delincuencia juvenil.

Hoy miramos con asombro el malherido entretejido social y muchos se plantean: ¿Cómo llegamos a este nivel de deterioro? ¿Qué pasó para que muchos jóvenes fracasen en el estudio, en el trabajo, en la vida? ¿Por qué contabilizamos un importante número de jóvenes que pertenecen a la tercera generación que nunca ha trabajado? ¿Por qué cada día que pasa nos abruma más  no  saber  si  regresaremos  a  nuestro  hogar  o  si  nos encontraremos con alguna terrible noticia que afecte a nuestra familia? ¿Por qué nos hemos transformado en un país de alto consumo de drogas peligrosas? Podríamos seguir preguntando y preguntando. Tenemos numerosos interrogantes; ante ellos deben surgir muchas respuestas y responsables.

Si bien cada época tuvo lo suyo, estamos en presencia de una situación social muy delicada. Bucear en las profundas y cenagosas aguas de los meandros socio-políticos de nuestra historia nos mostraría los intereses que se conjugaron en cada momento, y como, en las distintas etapas que hemos atravesado, ha sido útil para los diferentes gobiernos contar con una importante masa inculta y subsumida; manejada por otros, aquellos capaces de asumir el “liderazgo del puntero”.

Si bien numerosos factores dieron lugar a este borrascoso presente, es incuestionable -independientemente de cualquier contexto que se considere- que el factor “educación ausente” ha  sido  el  “eje  dogmático”  sobre  el  que  se  instauró  la problemática social que nos agobia y que, para nuestra aflicción, parece haberse escapado de las manos de quienes debieron controlarlo.

Es que la educación de la ciudadanía -del pueblo todo-, es un determinante de significativa magnitud como ordenador de las interrelaciones que deben darse en el seno de una sociedad que pretende crecer y desarrollarse en armonía; porque es el único  factor  que  puede  hacer  realidad  una  verdadera democracia, puesto que conjuga en igualdad, derechos y responsabilidades.

Es por ello que estamos firmemente convencidos que la problemática social que nos afrenta con su alto nivel de conflictividad y generalizada disfunción, está estrechamente vinculada con el proceso involutivo que sufre la Educación desde hace  muchos  años. Circunstancia  ésta,  forzosamente perturbadora de la paz social, que a lo largo de los tiempos reconoce distintos orígenes, hoy potenciados.

También es innegable que, además de la palpable decadencia de la educación, coexisten otras circunstancias perniciosas que nos agravian y enrarecen la atmósfera en la que estamos inmersos. Pero aún así, es indiscutible que una ciudadanía suficientemente educada, por el solo hecho de serlo, impediría la existencia de muchos males, o al menos los encausaría adecuadamente. Por  lo  mismo,  venimos  bregando permanentemente por una educación esencialmente formativa en valores universales. Una educación que permita lograr un futuro satisfactorio para todos, en un medio social adecuado para una vida en paz y con equitativo desarrollo.

Pretendemos que la educación priorice la condición de ser humano del educando. Que despierte su intelecto y aliente el pensar y el sentir, y guíe sus acciones. Que haga al hombre apegado a la verdad, a la responsabilidad, a la solidaridad, al deber, al respeto, a la observancia de las normas y al cumplimiento  de  sus  obligaciones.  Deseamos  que, definitivamente, nuestro país transite el camino correcto para su realización en consonancia con su extraordinario potencial.

Desatendiendo todo lo que indica el sentido común, el cuadro de situación revela que venimos recorriendo un camino en ruinas. Así se concluye del accionar de determinados grupos de personajes -tal como lo señaláramos al inicio-. Son aquellos que ostentan conductas altamente cuestionables pues afectan a la sociedad civilizada. Tales actitudes  registran base en individuos de tan variada especie y estrato social que merecen un análisis aparte.

Nos preocupan seriamente los ahora adolescentes y más aún los por venir, porque de ellos dependerá el futuro de la sociedad y fundamentalmente porque aún se está a tiempo de desandar lo mal andado.

Los adolescentes del presente pertenecen a un grupo etario cuyo rango, en los últimos tiempos, se ha extendido en forma considerable, de manera que esta importante etapa termina muchos años después de lo que fue tradicional en épocas no muy lejanas. Muchos de ellos exteriorizan ciertas particularidades dominantes de su personalidad que son alarmantes; tanto respecto de sus conductas individuales como grupales. De manera reiterada se observan comportamientos, actitudes, manifestaciones y limitaciones que superan ampliamente a lo que usualmente hemos considerado propio del desarrollo corporal y de los revolucionarios cambios hormonales típicos de la edad.

Es fácil percibir en muchos de ellos las enormes restricciones que presentan en el uso del lenguaje, en la elaboración del pensamiento abstracto, en la aplicación del razonamiento lógico-matemático, en la comprensión de textos. Se hacen rápidamente manifiestas: la desvalorización que tienen respecto de la cultura del esfuerzo como medio de construcción de futuro; su falta de interés por el mañana, pues solo les interesa el momento; la tendencia al facilismo, a “zafar”; la excesiva valoración del placer; el individualismo; su falta de comunicación; su pretensión de inmediatez. Sólo por mencionar algunos aspectos del perfil que ofrecen.

Son los jóvenes que constituyen la Generación “Y”, hijos de los miembros mayores de la Generación “X” y de los más jóvenes de la Generación de los Baby Boomers. Esta Generación “Y” ha sido también denominada por algunos autores como la Generación Millennials, porque su prolongada adolescencia transcurre en cercanía al tercer milenio o durante su primera década.

Otros han dado en definirlos como la Generación Google por la tremenda influencia que tiene en sus vidas el uso de la tecnología, en particular Internet. La world wide web no sólo conforma su entorno más cercano, sino que se extiende como una prolongación de su ser destinada a satisfacer sus requerimientos. Estos adolescentes sustituyeron “su real necesidad de formación” por una sobreabundante conectividad con una información multilateralizada, cuyo efecto es de escaso valor pues, al no tener una apropiada formación intelectual previa, no podrán lograr un desarrollo sustentable del saber. Solo han virtualizado su mundo. Como lógica consecuencia, sus actitudes rutinarias resultan extrañas a las habituales de las generaciones anteriores; desconciertan al observador externo y confunden a un ocasional empleador.

Sus dificultades para elegir una carrera profesional es una muestra más de su desorientación. La gran mayoría de los que intentan ingresar a la educación superior fracasan en aquellas universidades que exigen exámenes de ingreso. Otros pasan largos años en el ciclo básico común de la UBA. Sólo 7 u 8 de cada 100 que ingresaron en las Universidades Nacionales llegan a recibirse luego de haber cursado en ellas muchos más años que los que marcan los planes de estudio de las distintas carreras. En las Universidades Privadas se reciben en promedio de 15 a 20  cada 100 que ingresan. Mejor suerte tienen, por una serie de factores propios del subsistema, en los Institutos de Educación Superior Terciaria, donde los planes de estudio de las carreras no superan los 3 años.

Estos jóvenes, en plena etapa adolescente durante el ciclo secundario, y aún en ella durante el ciclo de educación superior, presentan grandes dificultades de acomodación al mundo de los adultos; es más, no les interesa adaptarse; muestran un perfil de conductas que difiere considerablemente del que revelaban aquellos jóvenes que hoy son adultos.

Creen que sus profesores son sus pares, y como tales pretenden tratarlos; no los aceptan como sus superiores. Es, que el dominio que tienen de la tecnología digital y la posibilidad de una súper información los hace sentir “por encima” de los adultos  que, en general, carecen de dicha habilidad. Esto les da una imaginaria sensación de fortaleza.

Cómodamente adaptados al hipertexto, al chateo paralelo con varios “amigos” virtuales, a la vez que envían numerosos mensajes de texto con su celular, son  capaces de desarrollar una múltiple atención simultánea. Pero la misma es de muy baja calidad de concentración pues se dispersan con facilidad. Muestran gran resistencia a la lectura; poco compromiso con el estudio, con la institución educativa a la que concurren y con todo el sistema. Y, si trabajan, poco compromiso con la empresa y con sus jefes. Originan por sus actitudes desafiantes, derivadas de esa pretendida seguridad que exhiben, choques continuos con docentes y jefes laborales.

Esa ilusoria sensación de fortaleza, que los presenta desinhibidos y discutidores, montada sobre su habilidad digital innata y la súper información de la que disponen, es precisamente la que los hace débiles. Tanta información al alcance de la mano se contrapone con la imposibilidad de utilizarla, pues hay un gran déficit de formación básica real. De ahí su baja capacidad de resiliencia; es decir, su dificultad para recuperarse frente a la adversidad.

Como hemos destacado anteriormente, son sumamente impacientes. En muchos adolescentes se ha ido creando, por un lado, una “cultura de la urgencia”, del “ahora”, con la pretensión de “resultados inmediatos” y, por el otro, una “postura ante la vida del desconcierto sin pausa”. Pasan de una actitud de cuestionamiento total, a otra de indiferencia, o a una desafiante y retadora.

Este desconcierto masificado se manifiesta en la pérdida del interés por un futuro al que consideran incierto, y da lugar a una apatía general por el mañana. Se hace notorio en la casi absoluta relativización de valores, pues no han tenido formación que los contemple.

Por otra parte, también encontramos entre ellos a jóvenes brillantes. Pero, aun éstos comparten con el resto de la cohorte generacional algunas características que los alejan de los modelos de comportamiento promedio a los que hasta hace un tiempo estábamos acostumbrados; distan de todo lo conocido hasta el momento.

Anteriormente, aún cuando las distintas generaciones coexistentes podían exhibir importantes discrepancias entre ellas, siempre hubo ciertos rasgos -propios de consistencia social- que,  con el paso de los años, hacía que los miembros de la generación más joven mostraran una mayor y mejor adaptación con la generación mayor. Las diferencias generacionales que habían brotado inicialmente se terminaban aceptando como propias del cambio  de  los  tiempos,  de  los  desbordes  juveniles;  finalmente,  las generaciones  hijas  se  acercaban,  en  mayor  o  menor  medida, al comportamiento de las progenitoras y éstas acordaban tácitamente la aceptación de ciertas innovaciones provocadas por los más jóvenes.

Así fue que, a pesar de las agudas divergencias iniciales entre la Generación de los Tradicionalistas, indistintamente llamada Generación “S” (los Sometidos) o Generación de los Veteranos y sus hijos los Baby Boomers, con el correr del tiempo se fueron limando las diferencias, pues los Baby Boomers terminaron adaptándose, en mayor medida unos, más lentamente o con menor disposición los menos, a las  normas de la sociedad.

Lo mismo sucedió con el vínculo entre los Baby Boomers y sus hijos, los de la Generación “X”; el transcurso de los años los fue generalmente acercando aún en las diferencias; en parte por una mayor flexibilidad de los primeros.

Sin embargo el comportamiento social de los “X” -llamada también la generación perdida con sus desencantos y frustraciones- provocó cambios profundos en las estructuras sociales que, si bien habían comenzado a imprimirse con los Baby Boomers, se ahondaron y quedaron como marcas indelebles que influyeron fuertemente en las características de la Generación “Y”, la que presenta rotundas diferencias con la generación de sus padres.

Por ello, esta Generación “Y” escapa, salvo excepciones, a esa expectativa de “retorno al carril”, debido a las fuertes discrepancias con los perfiles de las conductas que identificaron a las distintas cohortes generacionales precedentes. Todos los rasgos que muestra esta generación la diferencian vigorosamente de las precursoras. Van mucho más allá de lo que puede adjudicarse a los reflejos de la posmodernidad. Es, que tales conductas responden a una distinta estructura mental, que está fuertemente arraigada en ellos, por diversos condicionantes del medio social y ambiental en el que fueron creciendo. Los aspectos de mayor influencia son indudablemente el emocional y el tecnológico vinculado a la información masiva; este último desbordado en esta era digital..

Todavía mucho más marcada es la diferencia que se establece con la novel Generación “Z”, como veremos más adelante.

En nuestro país, como en tantos otros con importantes desigualdades sociales, los jóvenes que mejor se ajustan al perfil que, según distintos autores, poseen los miembros de esta Generación “Y”, son aquellos que pertenecen  a la  clase media o media alta, pues esta circunstancia les permite sobrevalorar el placer, decidir rápidamente abandonar sus trabajos simplemente por viajar, vivir el momento y desentenderse del futuro.

Otros miembros de esta generación participan de algunas características generales, poco satisfactorias desde un análisis sociológico, y agregan otras derivadas de un distinto estrato social.

En realidad, esta cohorte generacional está representada por un múltiple y complejo conjunto social; en éste, muchos de sus integrantes comparten en mayor o menor medida las características señaladas, pero además presentan algunas otras que los distingue del resto, los agrupa y distancia de los demás. Así debemos considerar un importante subgrupo al que muchos llaman la Generación NI-NI: aquellos que ni estudian ni trabajan. Desertores, en su mayoría del nivel medio  -aproximadamente el 68% del total-  o de la escuela primaria.

También podemos considerar integrando este subgrupo a una importante proporción de aquellos que han logrado concluir sus “estudios” secundarios, pero que, por las falencias del sistema, al incorporarse a la educación superior exhiben ingentes carencias y fracasan en su intento. Finalmente todos pasan a acrecentar las filas de los NI-NI. Hoy se estima que en nuestro país son aproximadamente 900.000 jóvenes.

Diversos autores establecieron el período correspondiente al nacimiento de los miembros de esta Generación “Y” entre 1982 y 1993.

Sin embargo, el inicio de esta cohorte demográfica no pudo producirse simultáneamente en todo el mundo. El surgimiento de la Generación “Y” ha sido consecuencia de la presencia de determinados factores. Éstos no se presentaron simultáneamente en los distintos países, sino que fueron apareciendo con un cierto desfase, según las condiciones histórico-políticas, estructurales,  tecnológicas,  educativas,  económicas,  sociales, que presentaran cada uno de ellos.

La gran incidencia que tuvo el uso masivo de la tecnología informática y la dependencia que provocó en los jóvenes esta era digital -en muchos desde su niñez- marca necesariamente esa diferencia en cuanto a la fecha a partir de la cual puede considerarse el comienzo de la Generación “Y”. Por ello, algunos autores plantean un considerable atraso en los países menos desarrollados o emergentes respecto de los EEUU y de los países de la Unión Europea. Esto ha sido así porque, en función de determinados contextos sociales preexistentes, dicha era digital fue un factor determinante en la gestación de la Generación “Y”.

Esta brecha ha sido importante en la década de 1980 y, si bien se fue reduciendo durante la de 1990 -haciéndose posteriormente cada vez menor-, en países como el nuestro puede marcarse un importante desplazamiento en la iniciación del período de nacimientos. Atento a esto, algunos autores extienden su finalización hasta el año 2000, superponiéndola, entonces, con la denominada Generación “Z”, los llamados nativos digitales.

De hecho, el avance y masificación de la tecnología digital no fue lo único que marcó a esta Generación “Y”. También influyeron los cambios socio-políticos; las formas imprecisas en que padres y madres asumieron el que debió ser su rol protagónico y no lo fue; la disolución de la pareja; las nuevas conformaciones de  familias  ensambladas y la problemática educativa, entre otros. Todos han tenido una severa influencia.

De todas formas, pretender establecer con exactitud el lapso durante el cual han nacido los integrantes de una generación es de relativo valor. ¿Cómo se distingue a los últimos nacidos de una generación anterior con los nacidos al inicio de una generación posterior? En realidad estos datos son meros referentes que aluden a la percepción general de un cambio notorio en el comportamiento social de un grupo etario. Esto es lo que establece el punto de partida de una nueva cohorte generacional.

Actualmente nos encontramos con grupos en los que interactúan individuos que, por su edad, debieran pertenecer a la Generación “X”,  pero tienen características propias de la Generación “Y”. También encontramos a quienes por su edad deberían pertenecer a la Generación “Y”, pero presentan la tipología de generaciones anteriores.

Los perfiles de conductas de esta compleja y variada cohorte, ininteligibles para muchos -por cuanto escapan al molde que en mayor o menor medida se vio reflejado en generaciones anteriores- no son más que la consecuencia, como ya lo planteáramos, del medio social en el que nacieron y crecieron.

Generalizando, podemos decir que las condiciones del medio social y ambiental son las determinantes de la manera de actuar de los grupos sociales de cada época. Así, a lo largo de los tiempos, la sociedad ha ido recorriendo distintas etapas; en cada una de ellas se sucedieron hechos que alteraron en determinado grado los comportamientos, los ideales y costumbres de sus integrantes. Los aspectos más visibles de estos cambios, tanto como los subyacentes, marcaron de una u otra forma a todos los miembros de la sociedad, pero fundamentalmente a aquellos componentes de la población que etariamente constituían la generación más perceptiva y susceptible de la época: los más jóvenes. Fueron éstos los que crecieron fundamentalmente afectados por un contexto social en el que los cambios, que se venían gestando desde tiempo atrás, se hicieron evidentes al conjugarse variadas circunstancias en un determinado lapso, provocando las   transformaciones en sus conductas. Éstas los distinguieron de la generación anterior inmediata, dándole a la naciente un perfil diferenciador. Los estudiosos del tema utilizaron estos perfiles para clasificar e identificar a las distintas cohortes generacionales que fueron conformando las últimas épocas de la historia social de la humanidad.

De todos los factores sociales involucrados en la nebulosa que nos envuelve hay algunos perfectamente identificables pues han sido indudablemente definitorios en el cuadro social que se presenta.

Fueron detonantes la educación ausente y  la pérdida de solidez de la familia, no sólo en lo referente a la organización  tradicional, sino, mucho más grave, en el quebranto, por diversas razones, de la conducción directa y personal del proceso que transformará al niño en hombre; en ser humano formado en los valores universales, útil a sí mismo, a su familia y a la sociedad que debe integrarlo y contenerlo.

Es  indudable  que  el  factor  social  “familia” es  difícil  de  abordar  y prácticamente imposible de modificar. El problema que presenta esta familia “líquida” -según la terminología actual que define su continua metamorfosis- es retroalimentado permanentemente con las dificultades socio-económicas del país y con la pérdida de los roles tradicionales de los padres. Pues, aun cuando aquellas se superaran, la forma de vida altamente competitiva que han adoptado los adultos de ambos sexos que cuentan con un buen nivel de inserción laboral, ha alejado la posibilidad de cercanía que el proceso de maduración del niño requiere.

Por otra parte, el factor educación es tan fuerte que, cuando está ausente, es decir, cuando decididamente falta, las consecuencias de esta carencia atraviesan transversalmente a todas las penosas circunstancias que aquejan a los miembros de la sociedad. Es absolutamente definitorio plantear que la educación ausente contribuye estructuralmente al conflicto social.

La formación adecuada del niño, aquella que transforma a los habitantes en ciudadanos conscientes de sus derechos, pero principalmente de sus deberes y responsabilidades, garantizaría conductas sociales propias de los seres humanos y rechazaría la barbarie. Lamentablemente la verdadera educación, parte substancial de esa formación, prácticamente desapareció desde hace largo tiempo.

Por ello, es fácil ver que en tan confuso panorama social han tenido y tienen extraordinaria incidencia las severas dificultades creadas por las deficiencias e inconsistencias de un sistema educativo que se vio afectado por variadas causas estructurales, y agravado por los “iluminados” que, en las distintas y difíciles épocas que hemos recorrido, aportaron en algunos casos miradas equivocadas y, en tantos otros, acciones que respondían indiscutiblemente a intereses espurios. Las ideas destacables de unos pocos fueron, por regla general, deformadas en su aplicación, intencionalmente o por impericia, y terminaron provocando resultados negativos que afectaron a la sociedad en su conjunto.

Así, la educación ha sufrido y sufre permanentemente un serio proceso de deterioro que se acelera cada vez más. Esta situación no es patrimonio exclusivo de nuestro país, se verifica en muchas regiones del mundo; registra variados componentes de origen y es causa de profundización del problema de convivencia social; atenta firmemente contra la sociedad pues corroe sus cimientos. Aleja cada vez más la posibilidad de que la sociedad del conocimiento sea una realidad próxima para todos.

El escenario muestra que, entre los remedios que repetidamente se intentan frente a los distintos problemas que aquejan a los grandes grupos sociales, se hacen aparecer aquellos que pretenden satisfacer el  requerimiento básico de llevar la educación a todos. Indudable condición para igualar las oportunidades de crecimiento individual.

Tristemente, y los resultados están a la vista, o no se acierta en el diagnóstico de las causas de los problemas sociales, o los pretendidos remedios yerran en su formulación, pues atienden algún síntoma pero están lejos de ser la solución. Diríamos que la intención manifiesta se reduce a una simulación de tratamiento.

¿Por qué? Simplemente porque sólo se procura alcanzar la inclusión. Para lograrlo, la propuesta frecuente y única, es igualar hacia abajo. Por ello, la acción concebida se traduce exclusivamente en programas de simple masificación. Traducido: se busca la inclusión sólo por la inclusión misma, como si una conquista estadística asegurara mágicamente la educación.

Es decir, la problemática que provoca un número importante de quienes debieran ser aspirantes naturales a convertirse en educandos, se resuelve mediante simples políticas de falsa inclusión y de forzada retención. De resultas, por las flaquezas del sistema, estos experimentos finalizan con un importante caudal de alumnos que alcanzan -cuando no abandonan apenas iniciada la cursada-,  a lo sumo  un certificado de estudios absolutamente hueco. Se certifica la ignorancia y se les cierra así el camino al futuro.

De esta forma, el problema social no sólo radica en la situación de aquellos niños y jóvenes que permanecen excluidos, fuera de todo sistema, los que no estudian ni trabajan –la también llamada Generación Invisible- sino que, a ellos, deben agregarse los que teóricamente están ya incluidos en el proceso educativo, pero que, por lo ya enunciado, no podrán alcanzar ni la educación superior ni integrarse al mundo del trabajo, pues al nivelar hacia abajo se los quitó del sistema.

¿Es éste el objetivo de los gobiernos de turno? Intentamos creer que no, aunque en determinadas oportunidades parece ser ventajoso para algunos, aquello de la educación ausente. Pero, es indudable que, de querer lo contrario a lo que resulta, no dan en la tecla.

¿Por qué se fracasa en la formación de los que, a través de distintas acciones se logra incluir? Más aún, ¿por qué se fracasa con quienes ya están incluidos por las vías normales, por cuanto provienen de hogares donde el estudio no es ajeno a la costumbre familiar? ¿Por qué hay tantos jóvenes que no estudian y menos aún trabajan? ¿Por qué se da esta última situación cuando la educación es obligatoria y gratuita? ¿Por qué se nivela hacia abajo y no se trata de igualar hacia arriba, superando las dificultades lógicas con inteligencia y dedicación?

El problema no radica en pretender asegurar la inclusión de todos en el sistema educativo. El objetivo es absolutamente válido y fundamental. La inclusión es una necesidad a satisfacer de cada habitante de nuestro país que, por tal, tiene el derecho a estar incluido. Más aun, la misma sociedad tiene necesidad de integrarlo, porque nadie puede desconocer que una sociedad en la que todos alcanzan un nivel adecuado de educación, donde todos tienen posibilidad de trabajar dignamente, vivirá mejor y más segura.

La dificultad está en el mismo sistema educativo pues no alcanza con incluir; y el mentado sistema parece no saber que hacer con el incluido. De lo contrario no tendríamos los resonantes fracasos que se presentan y los alarmantes resultados que obtenemos en las evaluaciones internacionales.

Uno de los causales de los fracasos escolares, que puede reconocerse fácilmente entre los factores determinantes de la gravedad de la situación, está centrado en  las serias falencias que presentan quienes “ejercen” la docencia únicamente desde una posición estrictamente laboral; es decir, aquellos que consideran -por su propio déficit formativo-  a la  función del docente como un  trabajo más; como una forma de ganarse el sustento y, por lo mismo, degradan tan noble y fundamental actividad, pues carecen de devoción para un real ejercicio profesional de la misma. La eligieron tal como pudieron haber optado por cualquier otra que les permita vivir.

El pilar del sistema educativo es el docente. Su única razón de ser son los alumnos. Éstos esperan encontrar en él, su guía en el camino del saber, del crecer; del formarse racional y emocionalmente como seres humanos; para ello se requiere un fuerte lazo docente-alumno.

El vínculo que debe establecerse entre el alumno y su docente surge claramente del significado del vocablo alumno: del latín alumnus: “hijo adoptivo”, “persona criada por otra”, de alere: “alimentar”. El docente, en el sentido más profundo del concepto, “adopta” a quien debe formar, alimentándolo para su crecimiento intelectual.

Por ello, el eje del problema son los docentes. ¿Cuántos están en condiciones de cumplir con su función de manera tal, que la misma haga al verdadero crecimiento humano del estudiante, en todos sus aspectos? Seguramente no muchos.

Esta brutal realidad se da en circunstancias donde es grande la dificultad para encontrar cantidad suficiente de verdaderos “Educadores”; aquellos cuya calidad personal y profesional permita satisfacer los requerimientos de una sociedad que quiere crecer armónicamente, facilitando el desarrollo de todos y cada uno. Esta carencia abrió puertas equivocadas y estamos pagando las consecuencias de los errores cometidos.

Los cambios sociales y los distintos gobiernos, no generaron respuestas adecuadas para satisfacer los verdaderos requerimientos de la sociedad. Por el contrario los ignoraron, agravando las condiciones de convivencia. Tampoco generaron acciones para responder a las reales necesidades de los educadores en ejercicio, ni para los que se iban graduando y pasaban a integrar el cuerpo docente del país.

Como simple respuesta, que pretendió atender elementales reclamos, pero marcando el comienzo de un futuro -hoy presente- de gran desconcierto, en un contexto de sindicalización generalizada -quizás justificado y necesario en muchos casos, pero autora de complejos escenarios en otros-  se dio lugar a un cambio tremendo del estatus social del docente. Cambio al que señalamos altamente negativo. Así debe concretamente considerarse a la conversión  provocada: de  “MAESTRO”,  con  mayúscula,  a  simple “trabajador de la educación”. Remarcamos el calificativo: “simple”, no en desmedro del concepto “trabajador”; subrayamos “simple”, por cuanto ha significado desvalorización para el verdadero significado de la palabra Maestro.

Y he aquí uno de los factores que, a nuestro entender, tuvo definitiva participación en la deformación del sistema educativo. Se despersonalizó la figura señera del “MAESTRO” con todas las connotaciones que la misma entraña, y se lo incorporó, genéricamente, como un trabajador más.

Debemos aclarar: no estamos en contra de la organización de los maestros como una forma de defender derechos que pueden ser conculcados arbitrariamente. Estamos en contra de las gravísimas consecuencias derivadas  de  quienes  mal  entienden  respecto  de  las  características específicas y sobresalientes que deben distinguir a quienes ejercen la docencia.

Pretendemos explicitarlo. Siempre hemos considerado al educador como un “hacedor” de una sociedad mejor. Poder cumplir con tal cometido implica pensar al educador como un guía de extraordinaria participación en la verdadera formación de la persona. Maestro es aquél que reúne las condiciones fundamentales para cumplir con tal cometido: arte, vocación, amor y profesionalidad. Educar es un arte porque se requiere sensibilidad; la Educación demanda vocación de quien la ejerce, porque se necesita una inclinación o inspiración especial hacia la participación con dedicación amorosa a la formación del niño. Educar exige profesionalidad, porque se precisa del conocimiento, del saber, y del saber transmitir y motivar a quien se pretende formar; y más, se requiere del saber como  tener un accionar significativo en el formar.

Ser Maestro, en consecuencia, no puede ni debe considerarse simplemente un trabajo más, pretendiendo asimilar la educación con la elemental idea que la reduce a una actividad equivalente a cualquier otra, por la cual un trabajador  logra, a través de su  esfuerzo mental o físico, el sustento que requiere para la vida.

Educar, formar, es una pasión innata del verdadero educador y, por lo mismo, no es solamente un mero trabajo. Esto no se contrapone con el concepto elemental de que el maestro debe contar con las condiciones adecuadas para ejercer tan noble misión, ni con la lógica remuneración para una vida digna y satisfactoria.

Esta transformación del “Maestro” en “trabajador de la educación” dio lugar a que muchas personas, generalmente alejadas del espíritu que impregna la vida del verdadero docente, entendieran que la docencia era una forma de ganarse la vida; un trabajo como cualquier otro, con la gran ventaja, por un lado, de la estabilidad laboral que le dieron las normas legales y, por otro, de la valoración excesiva que las mismas le dan a la antigüedad en el título; es decir, al simple paso del tiempo, por el cual, sin necesidad de explicitar ningún otro mérito, se producen ventajas salariales de las que no goza ningún otro trabajador. En el camino quedó la vocación, la pasión, el amor por educar y, en muchísimos casos, la profesionalidad. Pero además debemos soportar las huelgas, las tomas de los colegios, la destrucción del patrimonio público; simplemente porque es un “derecho” de los “trabajadores de la educación”, cuyo ejemplo se derrama sobre sus alumnos que, ante el “vale todo”, acompañan … Cabe preguntarnos: ¿y los deberes?, ¿y las responsabilidades para con el educando?

Cuanto más se necesita de la acción formadora de los maestros por las notables carencias de las familias, sólo tenemos “trabajadores de la educación”.

¿Y dónde está el problema con que sean “trabajadores de la educación”? La respuesta es conocida por todos. Pero, además, a lo ya enunciado se suma el tremendo déficit formativo. Si no fuese así, el Consejo Federal de Educación no hubiese elaborado tantas normativas tendientes a garantizar una más sólida formación docente y no se estaría continuamente hablando de la necesidad de modificar la currícula de sus estudios ¿Alcanza con más saber? La respuesta es un NO rotundo. Es fundamental aquello que se trae únicamente por naturaleza, aquello que no se puede aprender: vocación para enseñar, pasión por enseñar y amar lo que se hace. No alcanza con ser un “trabajador de la educación”.

Así se dio lugar a la discriminación que muchos estudiantes sufrieron o sufren. Algunos afortunados tuvieron la suerte de que les tocaran los verdaderos maestros y, a otros,  sólo  trabajadores de la educación. ¿Es esto educar con equidad?

Hoy tenemos resultados palpables del error. No de hacer llegar a todos la educación que, bien entendida, debe ser obligatoriamente sin exclusión y con resultados verdaderamente positivos para todos. Sí de masificar a quienes deben ser verdaderos proveedores de educación, es decir a aquellos que tienen y tendrán la responsabilidad de formar a nuestros niños y jóvenes. En síntesis: hemos permitido, lisa y llanamente, que se masificara a los MAESTROS. En concreto: destruimos el sistema.

Cuando señalamos en el párrafo anterior que: “la educación debe ser obligatoriamente sin exclusión y con resultados verdaderamente positivos para todos”, estamos pretendiendo remarcar como obligación primaria del Estado el hecho de proveer educación suficiente y asegurar que la misma tenga el nivel de calidad adecuado. La obligación del joven de estudiar, debe derivar de un derecho satisfecho. Para esta función, el Estado recauda importantes impuestos. Obligación que el Estado incumple cuando, errónea o intencionalmente, ha dado lugar a la pendiente en la que empujó al sistema educativo.

Ahora cabe preguntarnos ¿son los docentes convertidos en trabajadores, los responsables de la situación por la que atraviesa la educación?

En realidad estos docentes son una combinación de víctimas y victimarios. Víctimas porque son sujetos de un problema social general que los afecta como personas que necesitan una salida laboral y que, supuestamente, la encuentran en un defectuoso sistema educativo que aparece cobijándolos. Victimarios porque hacen uso de esa mal abierta puerta e ingresan en el sistema sin vocación, dando lugar a que, quienes debían ser educandos, sufran las consecuencias: los presuntos alumnos dejaron de ser educandos para ser simplemente “ocupantes” de un recinto que pretende ser un aula, pero no es tal, sencillamente porque el proceso de enseñanza-aprendizaje no ocurre.

Esta situación gravísima que radica en la metamorfosis provocada por el pecado original y que cada día se hace más palpable, estuvo escondida durante mucho tiempo. Mientras contábamos con los Maestros de antes y los nuevos trabajadores de la educación se iban incorporando al sistema bajo la luz de aquellos, no se hacia tan notable el error cometido. Luego estos Maestros se fueron jubilando, fueron desapareciendo; y el “sistema educativo” fue recibiendo a los “nuevos docentes”, quienes ingresaron donde ya sólo había “trabajadores de la educación”. Nos quedamos a oscuras.

No queremos desconocer que, a pesar de esta situación mayoritaria, en el actual sistema educativo existen quienes, aun bajo el rótulo de “trabajadores de la educación”, son verdaderos maestros y tratan de cumplir con su verdadera función, con amor, dedicación y vocación; que lo hacen con real sacrificio. Y decimos: con real sacrificio, por cuanto el medio social en cual se desempeñan es ciertamente hostil. No son muchos, pero están.

Pero esto es solo una parte del problema. Ha contribuido a magnificarlo un extraordinario avance tecnológico que, si bien pudo haber facilitado el ingreso de niños, jóvenes y adultos al maravilloso universo de Internet, acercándolos al mundo del conocimiento y de la comunicación -con todos los beneficios que de ello deriva- no tuvo ni tiene correlación adecuada en crecimiento intelectual, humanístico y social. Las falencias familiares y las carencias en la calidad docente, con su derivación: la educación ausente, aportó su cuota negativa.

Esta verdadera insuficiencia en la formación de la persona dio lugar a la transformación masiva de lo que puede ser una herramienta formidable: la red de redes, convirtiéndola sencillamente en un degradado instrumento de auto-generación de un mundo virtual auto-gestionado. Se transmutó, de esta forma, un medio de evolución, en un fantasioso “bien de uso” que surge desnaturalizado y al cual se le atribuye “un mágico fin en sí mismo”. Por él, muchos niños y jóvenes viven su mundo virtual a costa de alejarse del mundo real, en el que les es difícil comunicarse y, peor aún, al que no les interesa entender.

Siguiendo el certero planteo de Bauman sobre la “modernidad líquida”, podríamos concluir que, el advenimiento del mundo virtual nos lleva a una realidad “gaseosa”. El estado gaseoso se diferencia del líquido por cuanto no se puede asir, no se puede tocar, nos envuelve, se expande tanto como lo permita el espacio que tiene disponible; puede crecer indefinidamente pero perdiendo densidad; en este crecimiento las partículas que componen el gas se alejan cada vez más, pierden comunicación entre ellas; algo semejante a lo que sucede con las personas en este mundo virtual en continua expansión, la comunicación entre ellas se debilita constantemente.

Es así como, con el consiguiente avance del virtualismo se favoreció el “aislamiento” de las personas; se promovió el individualismo; se redujo el vínculo humano a los “círculos de amigos virtuales” o, a lo sumo,  a las denominadas “tribus urbanas”, buscando una forma poco comprometida de pertenecer, pues la comunicación interpersonal, cara a cara, fue debilitándose; se perdió la expresión oral. El uso del lenguaje quedó limitado a muy pocos vocablos.

También, la pérdida del trabajo de muchos adultos ha generado un ambiente desfavorable. Esta situación, que incluyó a todas las clases sociales, produce angustias y abatimiento; desaliento que se transmite a los jóvenes con una realidad de todos los días que muestra como los esfuerzos de años se pueden disipar en horas. También los jóvenes pierden su trabajo o no pueden conseguirlo; no logran independizarse, continúan viviendo con sus padres e intentan, en consecuencia, conservar su adolescencia.

Este es parte del escenario que encuentran las distintas generaciones que coexisten en nuestros días. Entre ellas, la Generación “Y”, es directa consecuencia de los factores sociales ya mencionados. Sin las secuelas desfavorables de éstos, diferentes hubiesen sido los efectos del avance tecnológico y su aprovechamiento.

Los distintos factores: el medio social con sus efectos adversos; el acceso directo o indirecto a un avance tecnológico extraordinario, que sin guía adecuada se convierte en negativo para la formación de la persona; la degradación de los medios de comunicación audiovisual con abundante programación destinada a convalidar todo lo que se perdió, pues parece pretender, por lo grotesco, que todos somos “infradotados sin salida”; la educación ausente, y tantos otros factores desfavorables, han dado lugar a que los adolescentes y jóvenes tengan comportamientos tan distintos y controvertidos a los que esperamos los adultos.

Los especialistas en el tema señalan que la respuesta a esta conjunción de factores y a la invasión de la imagen, ha sido una mayor estimulación del hemisferio cerebral derecho, es decir el que opera a través de imágenes, en oposición con las generaciones anteriores que estimulaban más el hemisferio cerebral   izquierdo; aquel que acciona a través de conceptos, el del pensamiento abstracto, el del manejo lógico-matemático. Por ello, a esta Generación “Y” no le interesa tanto leer, no desarrollan una gran destreza para escribir; por lo general sus metas son más inmediatas y tienden, como ya dijimos, al individualismo.

Por otra parte, como secuela de los tenebrosos períodos de autoritarismo totalitario que nos tocaron vivir, y siguiendo los lineamientos de nuestra pendular historia, las mentes “lúcidas” de los distintos momentos nos llevaron a encontrar autoritarismo en toda muestra de autoridad. De allí al descontrol, solo un paso. Los resultados los vemos y los sufrimos a diario. El destierro de toda pauta de autoridad agregó un componente más que acrecentó la problemática social: los padres y los docentes perdieron su autoridad frente a sus hijos y sus alumnos. Autoridad, cuyo ejercicio debe ser una obligación, pues es la que debe refrendar las acciones que les permiten a padres y maestros señalar el sendero que debe recorrer el niño durante su proceso de formación. Pero, gracias a este nuevo enfoque sobre la autoridad y copiando el modelo anárquico de tantos grupos extraños a la civilización, encontramos que, en las acciones de niños y adolescentes, prima el libre arbitrio. Actúan según su voluntad, que no necesariamente responderá a la razón, sino al capricho, devenido ahora en derecho.

Este verdadero desgobierno respecto de la conducta de quienes debieran ser educandos, es decir, sujetos de la educación, agravó aun más la situación. Sin autoridad se alteraron los roles. La falta de autoridad de quienes debían ejercerla, se trocó en verdadero autoritarismo, pero ahora desplegado por los niños y los adolescentes sobre sus padres y docentes.

De esta forma, una sumatoria de factores ha dado lugar a un panorama de alta complejidad. En términos generales, las tremendas carencias familiares que se observan en muchísimos casos, tal como lo señalamos “ut supra”, han dejado la formación básica del niño  -la que debe imprimirse desde el nacimiento hasta la edad escolar, aquella que es primordial responsabilidad de los padres- poco menos que librada al azar; pues dependerá de aquellas terceras personas, usualmente no suficientemente capacitadas que, en forma directa o institucionalmente, le toquen en suerte.

Con estas carencias, el niño se encuentra solo frente el tremendo avance de la tecnología digital y el mundo que ésta le abre; y hará de ese mundo y de su uso  su propia interpretación, pues nadie se ocupó de tutelar su quehacer. Como ya señaláramos se agregaron la televisión basura, algunas lamentables emisoras radiales y la pornografía al alcance de cualquiera. Si la Escuela fuese una institución que, consciente de su responsabilidad, cumpliera su función rectora; si sus docentes fuesen verdaderos Maestros, su vocación y profesionalidad guiaría a estos niños en ese nuevo mundo. Si tuviésemos verdaderos Maestros, el avance digital se transformaría en herramienta fundamental de progreso intelectual.

Si bien esta conducta de padres y docentes afectó seriamente a la Generación “Y” -y hoy vemos las consecuencias-, ésta no llegó en su primera niñez a usar masivamente la tecnología digital; lo hizo sí, a partir de la pre-adolescencia.

Más delicado va a resultar el enigmático futuro de los integrantes de la Generación “Z”, pues éstos nacieron en la era digital y con todos los medios tecnológicos a su disposición. Muchos son contemporáneos de aquellos nacidos finalizando el lapso de la Generación “Y”; con éstos últimos no presentan diferencias sustanciales, sobre todo en nuestro país y en aquellos otros en los que el avance tecnológico, como ya lo marcáramos, fue más lento.

Hoy la Generación “Z”  está  en la pre-adolescencia o ingresando en la etapa adolescente. A pesar de ser una generación muy joven y, por lo mismo, en pleno desarrollo, ya manifiestan su perfil representativo. Es una generación altamente consumista, impulsiva e impaciente; más aún que la “Y”. También se la conoce como la Generación Silenciosa. Estando tecnológicamente hiper-conectados desde muy pequeños han dado lugar a una importante dependencia del mundo digital; fuera de este mundo se encuentran perdidos.

Según algunos estudiosos la Generación “Z” es la perteneciente a las personas nacidas entre 1993 y 2004. Aquí, como en los países en “vías de desarrollo”, podemos considerar, por lo ya apuntado, un retardo en el inicio; algunos lo fijan entre 1995/1998, y una cierta superposición con los últimos nacidos de la Generación “Y”. Por supuesto también se desplazará la fecha tope que cierra este período. Los “Z” se han encontrado, más que ninguna generación anterior, en medio de la igualdad de género, de la libertad sexual, de las familias ensambladas; con un panorama social de descontrol, con violencia, y con fácil cercanía, si lo desean, a las drogas y al alcohol; además frente a una seria crisis internacional y a todas sus consecuencias.

Son extremadamente individualistas, no les interesan demasiado las normas sociales ni los valores familiares. Su mundo existe en Internet donde expresan lo que sienten y piensan. Le dan escaso valor a la educación y menos aún a las carreras formales, pues no lo consideran importante para su vida futura. Entienden  que lo valorable es la inteligencia y el dominio de la tecnología digital. Por la misma razón tampoco creen en el valor del trabajo. Como les interesan muy poco las opiniones de los demás, pues tienen escasa comunicación oral, les prestan una pobre atención a las palabras de los otros, salvo que aparezcan en Internet, donde está su universo y su vía de comunicación; siempre online. En muchas actitudes presentan las mismas características que los de la Generación “Y”, pero magnificadas. Son absolutamente demandantes buscando la satisfacción inmediata de sus intereses.

No buscan las relaciones personales; organizan grandes comunidades virtuales donde no conocen personalmente a nadie. Consideran al espacio en el que viven como totalmente privado; en él, los otros habitantes de la casa son intrusos. La carencia comunicacional que presentan dificulta su educación. Si la sociedad continúa en este camino, el problema se hará mayor con las futuras generaciones; el desinterés por seguir estudios superiores puede traer, en el mañana, un serio inconveniente por la ausencia de profesionales en las distintas áreas.

Por otra parte, si la Generación “Z” es  formada adecuadamente, si se le presta la suficiente atención al problema educativo, si logramos contar con reales docentes que entiendan de qué se trata la educación, puede avanzar mucho más que las anteriores por su facilidad de manejo de todos los medios que aporta día a día la tecnología digital.

Debemos buscar la forma de superar el tremendo déficit del sistema educativo en todos sus niveles, prestando especial atención a la calidad de sus docentes. Los problemas que presentan los niveles inicial y primario se ven agravados con un nivel secundario dramáticamente insuficiente, dislocado y sin horizonte definido. Éste es parte fundamental de tan espinosa realidad. No guía en el crecer ni orienta en el hacer. Los últimos años de la educación primaria y el nivel secundario enfrentan una de las más difíciles etapas del desarrollo del niño: la pre-adolescencia y la adolescencia propiamente dicha; etapas de gran fragilidad en la formación de la personalidad. Quienes participen de ellas deben tomar conciencia de tamaña responsabilidad.

Los actuales docentes pertenecen por lo general a la Generación de los “Baby Boomers” o a la Generación “X”. Ellos deben desarrollar sus actividades con estudiantes de la Generación “Y” y  de  la  más joven Generación “Z”. Pero no están preparados para acometer tal tarea. No están preparados para entender la diferencia y el porqué de la misma. Solo la sufren o la soslayan.

Y he aquí el nudo de la cuestión. Como ya lo hemos apuntado, cada cambio generacional tuvo lo suyo; luego la transformación de esos jóvenes en adultos fue nivelando en cierta forma las diferencias iniciales entre padres e hijos. Con las generaciones “Y” y “Z” las cosas son diferentes. Éstos han ido construyendo un estilo de pensar, de vivir, de ver las cosas que los diferencia fuertemente de las generaciones anteriores. Éstas expresaban sus ideas y batallaban por ellas confrontando con los adultos contemporáneos: sus padres y sus docentes. Al crecer habían hecho su aporte; se producían cambios pero  se mantenía  la misma dirección.

En esta oportunidad hay un verdadero quiebre. Estas generaciones sacan a los adultos de su mundo, simplemente ignorándolos. ¿Qué responsabilidad les cabe a las generaciones anteriores que prepararon este camino y ahora miran sorprendidos el resultado de tanta desaprensión en su actuar? Hoy, entre  ellos  y  nosotros  los  códigos  son  divergentes;  los  mundos  son absolutamente distintos; es como si estuviésemos  en diferentes planos: nosotros con nuestra forma de ver las cosas, de pensar, de sentir, con nuestros ideales y valores, nuestra escala de prioridades y nuestros principios y creencias. Estas generaciones no las discuten, sencillamente no les interesan, tienen sus propias miradas, sus criterios, sus modelos, su mundo.

Los alumnos de hoy se encuentran con docentes que hablan otro idioma, que parece brotar quién sabe de dónde, con temas que no les interesan. Se crea una ficción: el docente pretende que enseña y los alumnos hacen como que aprenden. No se incorporó saber ni se logró formación; no se logró verdadera integración social. No existe la pretendida inclusión.

Si los docentes en ejercicio son aquellos formados en el pensamiento lógico-matemático -dado que pertenecen a la Generación “X” y anteriores-, es decir, son los que recibieron una mayor estimulación cerebral izquierda, y los alumnos de hoy pertenecen a las generaciones “Y” y “Z” que, como hemos destacado, han desarrollado una mayor facilidad de percepción a través del hemisferio cerebral derecho, ¿no será hora de cambiar la estrategia de enseñanza para que el proceso educativo avance ciertamente?. ¿No será el momento de analizar dónde está realmente el problema? ¿Podemos seguir pensando que la solución pasa únicamente por el contenido curricular?, ¿o que resolveremos la situación sólo con capacitar a los actuales docentes en más de lo mismo, sin entender que la verdadera solución pasa por otro lado?

Seguir insistiendo con los mismos esquemas de enseñanza aplicados infructuosamente hasta ahora, es como pretender que un operario, siempre acostumbrado a utilizar solamente su mano izquierda, pueda obtener rápidamente satisfactorios resultados manejando una máquina hecha exclusivamente para diestros.  Imposible;  dicho  más  llanamente, es transportar agua en un balde desfondado.

En definitiva, por las acciones de unos, las inacciones de otros, llegamos al “HOY”. Un HOY confuso para muchos, pero sobre todo, y lo más grave, para los jóvenes de HOY que son quienes estarán “a cargo” de todo en el mañana. Qué pasará mañana, si no nos ocupamos HOY de fijar un rumbo adecuado para tener el PAÍS que nuestros hijos y nietos necesitan para volver a creer y crecer. Para vivir con esperanza.

Dr. Carlos Alberto Byrle
Rector de La Suisse-CEPEC Educación Superior
Vicepresidente de CADIES
Secretario de Asuntos Institucionales de FEDUTEC